La mitad de los propios senadores estadounidenses lo sabe, al igual que la mayoría de la población, que se opone a una guerra contra Venezuela.
Donald Trump ha ordenado la suspensión de los contactos diplomáticos de su enviado especial Richard Grenell con Venezuela, en lo que constituye un nuevo paso dentro de un engranaje de confrontación. En las últimas semanas, la estrategia estadounidense ha tomado un rumbo cada vez más agresivo. Además del despliegue de una flota de guerra frente a las costas venezolanas, la Casa Blanca ha decretado un estado de conflicto armado y ha dado instrucciones de atacar. Ya no se trata solo del asedio económico o las sanciones financieras. Todo indica que Washington ha decidido dejar de lado la posibilidad de entendimiento político.
EL ULTIMATÚM
La diplomacia, que siempre ha servido de dique de contención de los excesos del poder, ha sido sustituida por la retórica del ultimátum. Regresa así la diplomacia de las cañoneras, ahora revestida de tecnología y drones, pero con la misma lógica de imposición.
Frente a una escalada que ha dejado atrás la búsqueda de acuerdos y ha entrado de lleno en el terreno de la fuerza, Venezuela no puede quedarse de brazos cruzados. Es indispensable cumplir con el deber básico de proteger soberanía y territorio.
EL OBJETIVO
El objetivo de Venezuela debe centrarse en evitar una intervención militar y preservar su soberanía. Para ello debe persistir en los esfuerzos diplomáticos y, al mismo tiempo, fortalecer sus capacidades de defensa. Esto último ya no puede entenderse como un gesto simbólico ni como una posibilidad lejana, sino como una necesidad inmediata, una afirmación concreta de la voluntad de existir como Estado independiente.
AMENAZA SERIA
Venezuela tiene pleno derecho a defenderse frente a una amenaza bélica. Aunque Estados Unidos no haya lanzado un ataque directo contra su territorio, el despliegue de fuerzas militares tan cerca de las costas, las ejecuciones sumarias en alta mar, la violación del espacio aéreo y la retórica del “narcoterrorismo” y del “cambio de gobierno” constituyen una presión que cualquier nación soberana interpretaría como una amenaza seria.
LA ASIMETRÍA
Algunos dicen que Venezuela no tiene capacidad para enfrentar a una potencia como Estados Unidos. Y sí, es cierto que la diferencia en fuerzas es enorme. Pero eso no significa que no se puede hacer nada. La defensa no depende únicamente de tener más tanques o aviones. También se basa en el tipo de estrategia que se adopte. No se trata de ganar una guerra convencional, sino de hacer que cualquier agresión tenga un costo muy alto, tanto militar como político. Para esto cuenta la geografía, la participación de la población, la movilización de fuerzas regulares y milicias. También las alianzas internacionales pueden ofrecer apoyo logístico y presionar para una solución diplomática.
ESCALADA
Es muy grave que Estados Unidos haya optado por abandonar la vía diplomática. Esta decisión no solo coloca a Venezuela en una posición comprometida, sino que introduce un factor de desestabilización para toda la región. La estrategia de Washington se anuncia como una escalada: ciberataques contra infraestructuras eléctricas y de comunicación; operaciones encubiertas de fuerzas especiales para la ejecución de asesinatos; ataques aéreos con misiles y aviones furtivos; y un bloqueo económico para cortar ingresos. Es decir, Washington ha optado por la fuerza antes que el diálogo.
DEFENDERSE
Defenderse no es belicismo, es una necesidad. Y esa necesidad debería ser comprendida por todos los países del continente. Porque cuando una potencia como Estados Unidos decide que ya no hay nada que hablar y que solo queda la fuerza, el riesgo no se limita a Venezuela, se extiende a todos. Menos diálogo significa más armas, más miedo, más inestabilidad.
Eso no es política exterior, es violencia y supremacismo. La mitad de los propios senadores estadounidenses lo sabe, al igual que la mayoría de la población, que se opone a una guerra contra Venezuela. La pregunta es si esa presión interna será suficiente para que la Casa Blanca retome el camino de la diplomacia.
El Universal