La estrategia bicéntrica de Washington para Venezuela

En los últimos meses, la política de Estados Unidos hacia Venezuela ha seguido una trayectoria que no se puede resumir en frases simples. Más allá de las declaraciones públicas, las amenazas y los movimientos tácticos, se ha venido consolidando una estrategia de mediano plazo que combina elementos de presión extrema con actuaciones pragmáticas puntuales.

Un enfoque que, sin ser necesariamente coherente en cada uno de sus pasos, responde a un diseño implícito general. Son dos vectores distintos que se articulan en un eje, donde prevalece el interés de debilitar al Estado venezolano y de crear las condiciones para un cambio político que permita a Washington recuperar su predominio sobre el país.

LA BICÉNTRICA
Esta política, que podría describirse como “bicéntrica”, no debe interpretarse como una disfuncionalidad bicéfala, sino como una estrategia dual en sus métodos y convergente en sus objetivos. Por supuesto, existen pugnas en el seno de la Casa Blanca: Richard Grenell, el enviado especial, asume determinadas tareas y empuja con fuerza en una dirección, mientras Marco Rubio impulsa medidas más duras. Pero, ambas líneas confluyen, aunque puedan expresarse de forma aparentemente contradictoria.

EL REENCUADRE

Uno de los pilares de esta estrategia ha sido el reencuadre de la narrativa que Estados Unidos ha llevado a cabo respecto a la naturaleza del Estado venezolano. No se trata ya, como en el pasado, de un discurso para enfrentar el comunismo, como en Chile en 1973, ni siquiera de combatir un populismo autoritario o a una dictadura. Hoy, el discurso oficial estadounidense ha desplazado completamente el eje: Venezuela ya no es un Estado, sino un territorio ocupado por una «organización criminal transnacional», equiparable al Cártel de Sinaloa o a la red de Pablo Escobar.

EL SUPREMACISMO
Este reencuadre corresponde, en primer término, a una operación de ingeniería política y comunicacional creada para legitimar una intervención, directa o indirecta, sin necesidad de recurrir a los argumentos tradicionales. Pero cumple además la función adicional de consolidar una narrativa de supremacismo político y moral, heredera de una tradición histórica que combina el excepcionalismo estadounidense con la doctrina de la “misión civilizadora”.

EL ASEDIO
Hasta ahora, las hostilidades han tenido lugar sobre todo en el terreno económico, a través de sanciones. No obstante, esta presión no ha sido total. En julio, la administración Trump concedió a Chevron una nueva licencia para seguir operando en Venezuela. Esta decisión obedece al reconocimiento de que la estrategia de asfixiar por completo y de manera abrupta a la economía venezolana no había funcionado.

Pero no ha habido un retroceso, sino que la estrategia utilizada es similar a la de los antiguos asedios: se busca desgastar al adversario y, al mismo tiempo, se evita un costo para quien ejerce la presión. En este marco, tanto las deportaciones de migrantes como la permanencia de Chevron en el país forman parte de esas consideraciones. Washington no ha renunciado a la lógica del asedio, sino que procura evitar infligirse daños a sí mismo.

ACCIONES MILITARES
Aunque las amenazas de intervención militar directa han sido recurrentes en figuras como Marco Rubio, las corrientes MAGA son reacias a intervenciones militares directas. Sin embargo, dentro de la estrategia de asedio no se descarta la ejecución de acciones militares. Entre ellas, intercepciones de transporte marítimo bajo el argumento de operaciones antidrogas. Estas acciones podrían incluir también incursiones no autorizadas en el espacio aéreo o en las aguas territoriales venezolanas.

El propósito sería generar un clima de incertidumbre, disuadir potenciales inversiones y obstaculizar el ingreso de nuevos recursos financieros, con el fin de provocar un eventual colapso de la estructura política y económica del país.

LA RESPUESTA
Para Venezuela, comprender esta estrategia bicéntrica es una necesidad. Frente a las sanciones económicas, la amenaza militar y el pragmatismo corporativo, la respuesta no puede ser fragmentada. Requiere una visión de conjunto, fortalecimiento institucional, diplomacia activa y una narrativa que desmonte el reencuadre del «Estado delictivo». Porque en el tablero de la geopolítica, no se trata de quién tiene la razón, sino de quién sabe cómo proteger sus intereses.


El Universal

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