En los últimos días, la política de Estados Unidos hacia Venezuela ha adoptado una forma contradictoria. Por un lado, Washington dice estar dispuesto a conversar. Por otro, deja abierta la opción de una intervención militar. Pero esta mezcla no es casual. Corresponde a una práctica histórica que consiste en hablar poniendo el garrote sobre la mesa.
Si Churchill prefería el “jaw-jaw” al “war-war”, y Roosevelt aconsejaba hablar suavemente mientras llevaba un gran garrote, Trump parece haber actualizado la máxima levantando un enorme garrote, agitándolo y gritando sin parar y, de vez en cuando, dice que está dispuesto a hablar.
LA DOBLE VÍA
En el caso venezolano, la fórmula ha aparecido sin ningún maquillaje. Trump declara estar dispuesto a conversar, mantiene el despliegue naval, activa la operación “Lanza del Sur” y ordena operaciones especiales de la CIA.
No se trata de desorden, sino de la actualización de un método antiguo, que permite a Washington andar por dos vías simultáneas: negociar desde una posición de fuerza y justificar una intervención.
PRESIÓN INTERNA
En el contexto actual, Trump enfrenta un ambiente político interno contrario a las “guerras interminables”. Parte de su base, incluidos sectores ultraconservadores, rechaza aventuras que impliquen el envío de tropas al extranjero. Asociaciones de veteranos de guerra, grupos libertarios y figuras influyentes de su propio partido han expresado su oposición a una intervención directa. Además, más del 60% de la población estadounidense no quiere que su país se involucre militarmente en Venezuela.
RECHAZOS
Si en Estados Unidos hay resistencia, en América Latina Trump tampoco encuentra los apoyos esperados. Ni siquiera la OEA ha respondido como en su primer mandato. Colombia, Brasil, México y los países del Caribe han cuestionado los ataques contra embarcaciones y los movimientos militares en el mar Caribe.
Varios países europeos han calificado de ilegales los ataques recientes y han suspendido cooperaciones de inteligencia para no ser cómplices de violaciones a los derechos humanos. Otros evitan pronunciarse para no validar una estrategia que consideran riesgosa.
RESILIENCIA
Ante las amenazas, Venezuela ha acelerado la cooperación militar con Rusia, ha firmado nuevos acuerdos comerciales con China y ha intensificado la coordinación con Irán. Las presiones han llevado a Venezuela a profundizar alianzas que cuestionan la hegemonía estadounidense. Cada buque de guerra desplegado por Washington, lo que ha hecho es reforzar la imagen de una Venezuela asediada y ha legitimado la decisión de buscar apoyo en potencias alternativas.
Al mismo tiempo, el país ha mostrado resiliencia interna, con unas fuerzas armadas cohesionadas y dispuestas a responder. Esta combinación de voluntad interna y alianzas externas ha tenido un efecto disuasivo frente a los intentos de forzar una rendición sin resistencia. El costo político y militar de una intervención se ha elevado.
AMBIGÜEDAD
La cuestión central es si la ambigüedad seguirá el camino de una negociación real o el de una intervención. Washington parece entrampado en un intento por tomar el control del Estado venezolano sin recurrir a una invasión, en lugar de procurar un acuerdo práctico sobre petróleo, combate a grupos criminales y políticas migratorias.
Un acuerdo pragmático es posible si Washington reconoce que Venezuela es un actor soberano con el que debe negociar, no un peón a subordinar.
INTERLOCUTOR
Si Washington insiste en tratar a Venezuela como un problema y no como un interlocutor, será poco lo que podrá lograr, salvo nuevos conflictos. En cambio, si reconoce que el camino no es controlar el Estado venezolano sino llegar a acuerdos de cooperación, entonces se impondrá la diplomacia. En ese dilema se encuentra hoy Estados Unidos. Y en esa ambigüedad, que no puede durar eternamente, se juega un futuro que podría ser fructífero para ambos países.
El Universal










