El mensaje de María Corina Machado de este pasado domingo sumerge ¡todavía más! a sus seguidores en la incertidumbre, la ambiguedad y la frustración.
Se trata de un discurso arrogante y prepotente pero vacio, pues no define un rumbo y mucho menos un final. Todo lo contrario de lo que debe hacer un liderazgo empático y transparente.
No genera fervor ni convicción. No hay horizonte ni propuesta, tampoco épica contagiosa y emocionalidad con significado. Se desgasta entre delirios y contradicciones. No es la trascendencia lo que define su mensaje sino el conflicto estéril. Las amenazas de persecución y venganza endosan de lógica y sentido las actuaciones de sus adversarios, por lo que ni indignan ni movilizan a sus partidarios.
Es un discurso recurrente y deslustrado que se repite desde hace 25 años, que confunde el sentimiento nacional con la ambición desmedida por el poder y un ego desbordado. Al final, ha puesto a los venezolanos a decidir entre ella como tragedia y el futuro.