La contundente y repetida derrota de la estrategia insurreccional contra el Gobierno Bolivariano demuestra que la derecha venezolana no ha acumulado las suficientes fortalezas políticas, sociales y simbólicas para cambiar la correlación de fuerzas dentro del país ni para derrocar al Presidente Constitucional Nicolás Maduro.
La tentativa de restauración neoliberal sobre la base de la caotización del país, la explosión social y la división de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana fue derrotada otra vez más este año 2019.
Nuevamente la oposición sobreestimó su potencia insurreccional. Pero sin duda subestimó al Chavismo y sus fortalezas culturales, la madurez social y política del venezolano, la organización popular y la emocionalidad nacional.
Hoy la oposición se presenta más débil, desarticulada, desconcertada y con una inmensa derrota a cuestas, sin liderazgos, sin estrategia y sin mensaje. Sin embargo, no termina el conflicto social y político, y tampoco culmina el plan de desestabilización contra Venezuela, pues se mantiene con más intensidad la ofensiva para hacer crujir a la economía venezolana, mediante el severo bloqueo económico y financiero, la guerra diplomática y las campañas de descrédito.
La derrota política de la oposición también tiene que ver con la condición de clase de sus dirigentes, en su mayoría provenientes de las clases medias y altas de la sociedad venezolana, en algunos casos con residencia en el exterior.
También tiene que ver con la falta de conexión social, política y territorial con las mayorías populares. Es una oposición totalmente ajena a sus emociones, aspiraciones, imaginarios y cultura.
La naturaleza humana comprende siete (7) emociones básicas: asco, tristeza, felicidad, miedo, ira, desprecio y sorpresa.
Una de las emociones más poderosas para provocar el cambio es la Felicidad, cuando el ciudadano percibe claramente el surgimiento de una alternativa. Sin embargo, la comunicación de la oposición ha estado basada siempre en la neurosis, la rabia y el odio, emociones que naufragan si no forman parte de una estrategia o no se pueden convertir en narrativas efectivas.
Así mismo, los fracasos reiterados de la oposición han provocado frustración y tristeza entre sus seguidores, lo que ocasiona pasividad, desmovilización y abstención.
Tampoco la Oposición ha construido valores compartidos que podrían garantizarle en el tiempo respaldos colectivos más sólidos, o transformar la condición de clase en comunidades emocionales.
De la misma manera, se trata de una oposición carente de ideas y propuestas que puedan estructurarse y comunicarse acertadamente. Una vez que el “objetivo neurotizado” se pierde, también se desmorona el respaldo colectivo, no hay ideas ni marcos de interpretación que lo sostengan.
Las carencias crónicas de la oposición se agravan por la ausencia entre sus filas de líderes verdaderos y no de liderazgos de probeta, sin cerebro estratégico, sin las herramientas más básicas de comunicación política, desprovistos de una mínima caja de símbolos, gramáticas y narrativas.
La lucha política es una lucha simbólica y cultural, es una batalla lingüística, con el objetivo de conquistar el corazón y las emociones, la mente y las ideas de los ciudadanos. El Chavismo lo sabe. La Oposición lo ignora.