Las redes sociales se han convertido en un implacable campo de batalla cultural y emocional en el que está en juego la propia esencia del ser humano.
Vivimos atrapados en un huracán de contenidos que apelan principalmente a la sorpresa, la espectacularidad y el amarillismo, pero también al odio, la agresión y el miedo.
La velocidad de los mensajes nos convierte en personas impacientes, ávidas de estímulos constantes e instantáneos, sin capacidad para dialogar.
Las emociones verdaderas se digitalizan y se convierten en estímulos fugaces sin arraigo. Perdemos la memoria a cambio de datos. Buscamos atención y seguidores, en vez de relaciones y diálogos.
Las palabras se extinguen y son reemplazadas por abreviaturas. El lenguaje se empobrece y se reduce. Y no olvidemos que pensamos con palabras.
Se habla de la era de la posverdad o de la era posfactual cuando los hechos objetivos influyen menos en la opinión pública que las creencias personales y la emocionalidad.
Los hechos alternativos o las verdades emotivas sustituyen a la realidad. La verdad se reconfigura en emociones manipuladas. Pensamos lo que sentimos.
Nuestros pensamientos son cada vez menos profundos, tenemos dificultad para concentrarnos. Una información desplaza a otra en segundos. No hay tiempo para reflexionar. Recordamos menos. Vivimos distraídos.
Creemos que las redes sociales nos informan, más aún creemos que son espacios de encuentro y participación. Cuando realmente son instrumentos que nos despojan de la palabra y del pensamiento, colonizan nuestra voluntad, controlan nuestras emociones y dirigen nuestro comportamiento.
Sin embargo, en un mundo hiper-digitalizado, nuestro más poderoso arsenal de combate digital está en rescatar y fortalecer lo verdaderamente humano.
¡COMENCEMOS a usar las redes con fines humanistas y hegemónicos.